domingo, 14 de abril de 2013

CUENTO EN BRANDENBURGO


El hombre miraba los arboles que se movían armoniosamente con el viento, como bailando sin chistar, pues la sabiduría de los arboles es algo que los hombre no tienen,  un árbol en la metafórica voz del hombre era un tranquilo ser que no se arriesgaba a partirse el lomo por algo a lo que no vale la pena oponerse y si mejor unirse. El hombre seguía su camino y vio un lago en donde a manera sincrónica unos patos seguían con jovial nado a su madre, el patito feo iba de primero. El hombre vio que era el patito diferente el más altivo. En su pensar decía el hombre, –sin reflejo no hay defecto.
La mañana iba llegando a su final, y en el tope del medio día el hombre se encontró con dos troncos secos entrelazados, de diferente orígenes cada uno, de diferentes especies los  enamorados, y el hombre con un toque de sarcasmo exhaló, –ni la muerte los separó–.
El hombre con sus escarpines, un sombrero de tela, una mochila de fique andaba y con seguridad les digo no se a donde iba. La prisa no era su compañera, pero me inquietó todos los juicios que lanzaba mirando lo que le encontraba en su camino.

Saliendo al camino, un carruaje le topó y frente a él paró. La guardia real le miro con extrañeza y le pregunto qué hacía él por estos bosques reales, ¿acaso estabais de cacería? Porque eso no está permitido, además le dijeron los guardias – ¡debéis pagar por cada venado, conejo o codorniz que llevéis en esa insípida mochila!– Ahh, aunque a decir verdad nada bien te ha ido. El hombre les miro sin réplica, por un momento parecía una estatuilla de cera, pero un guardia le interrumpió el letargo diciéndole – ¿No dices nada, nos estáis vacilando? El hombre previniéndole le dijo– ¡no! Para nada no, no los estoy respetando. Los solados y el carruaje se fueron advirtiéndole la ley de no cazar en bosques reales sin permiso. El hombre se fue tranquilo meditando la importancia de comprender los signos de puntuación.
El individuo de un momento para otro se zabulló en una quebrada y así como calló, sacó un pez, lo miro al ojo y dijo,  –si pudiera ver con los dos ojos a la vez tu miedo sería más grande–, lo echó en la mochila y siguió su camino, mojado pero con la satisfacción de quien lleva algo en la maleta, algo que no traía.
Cuando se encontró con un gigante molino, se quedo mirándolo de arriba abajo y luego las hélices, y durante un tiempo ya me estaba doliendo el cuello, cuando de repente, el intrépido se agarro de una de los brazos y se elevó gallardamente, dio una vuelta entera, se soltó, dio tres rollos en el suelo, coloco sus manos en el suelo y rápidamente y con un hábil salto calló de pie. En la dirección que calló siguió caminando. Dijo el hombre en voz alta y con adrenalina entre los fonemas –la vida da muchas vueltas, y si uno no se hace a las peripecias, no vive.
Me inquietaba ver que este hombre iba caminando con una tranquilidad y a todo lo que veía le sacaba dicho, frase, o simplemente le hablaba. Yo seguí escuchando la canción que llevaba en la cabeza, no fui capaz de seguir siguiéndolo porque no sabía a dónde me llevaría seguirlo. El se desapareció con el pasar del tiempo, se fue haciendo pequeño hasta no poderlo ver más.
Lo que sé es que solo conocí el mundo hasta donde fui.  

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